Los que vivimos, trabajamos o simplemente transitamos por Barcelona habitualmente no sabemos la suerte que hemos tenido. Lo expreso en pasado por que creo que es más que evidente que desde que la señora Ada Colau está al timón de la alcaldía de la Ciudad Condal las cosas han cambiado radicalmente para todos.
De tener una ciudad cosmopolita, ordenada, diversa, con un lugar para todos, y un comercio que resistía como podía a las cíclicas crisis económicas, nos hemos convertido en víctimas de la utopía de una autócrata absolutista típica de una película de Berlanga. Para que luego digan que la realidad no supera la ficción.
El valor cultural, la mezcla de los pueblos que la habitan o simplemente transitan, las ferias, congresos, monumentos, turismo… se han visto ensombrecidos ante el proyecto titánico de una aprendiz de faraona de serie b.
Hasta hoy aún no me he cruzado con alguien que elogie las invenciones desquiciadas de nuestra alcaldesa, y es que es difícil encontrar a alguien capaz de apoyar un sinsentido que está destruyendo el bienestar y la buena convivencia de los ciudadanos y de aquellos que transitan por la ciudad. Y no digamos su infraestructura, que con precisión milimétrica se ha obstinado en destruir en pos de una utopía imaginaria sin importarle ni siquiera las opiniones de los que viven en las zonas afectadas.
Hasta tal punto llega su delirio de grandeza que no ha dudado ni un momento en destruir iconos que han hecho Barcelona tan reconocible como el Plan Cerdà. Tampoco ha vacilado en hacer desaparecer de cientos de calles la icónica loseta con la flor, sustituyéndola por otras mucho menos famosas. Y es que parece que todo aquello que esta señora toca desaparece por siempre jamás o es sustituido por algo de funcionalidad más que dudosa.
El orden de sus calles y la facilidad para atravesar la ciudad de un extremo a otro es una de ellas gracias a su proyecto estrella: Las «Super Illas». Un proyecto que allá donde se ha instaurado no ha proporcionado ni de lejos los objetivos prometidos.
La seguridad es sin duda otro de los factores que más preocupan a los ciudadanos de la Ciudad Condal y es que preguntes a quien preguntes tiene la sensación de que la inseguridad flota en el aire todos los días: peleas, reyertas, robos, asesinatos… y si le sumamos la que provoca la sensación de impunidad de bicicletas y patinetes circulando por aceras sin control es más que evidente, y algo que parece no dispuesta a solucionar.
Y es que esta señora, a lo largo de su reinado solo ha sido capaz de vender humo y encima, prometernos que es un humo no contaminante, entiéndase el chiste.
Esperemos que en los próximos comicios gane cualquiera menos ella y que ese «alguien» sea capaz de devolverle a Barcelona lo que merece. Por lo menos la cordura.